lunes, 26 de octubre de 2009

Cuando el miedo nos moja...

Música sugerida: "Sea" de Mercedes Sosa y Jorge Drexler.
Hay un mito oriental que se refiere a tres monos enviados por los dioses para juzgar las acciones de los hombres, se llamaban "No escucho", "No veo", y "No hablo" respectivamente. Sus nombres enunciaban la característica que usaban para emitir su veredicto sobre todo en actos relacionados con la cobardía.
Como los murciélagos y los perros de la calle, viven saltando entre las palmeras del Boulevard Oroño, correteando entre las arboledas del parque Independencia, o camuflados entre las gárgolas y máscaras de las molduras de la ciudad.
No escucho, no veo, no hablo...
La metáfora es válida para observar nuestro actuar cuando nos enfrentamos al miedo. De niños, hacemos la de los monos sabios, con la esperanza de que el foco de temor desparezca; ese bulto en la oscuridad que te obliga a cerrar los ojos con fuerza; ese ruido extraño, que amplifica tu audición hasta la sordera; o ese querer pasar desapercibido, que nos impulsa a mantener la quietud de una estatua marmórea. Cuando uno es niño, y el miedo aprieta, cierra los ojos, se tapa los oídos y se queda callado... esperando que de alguna manera mágica, pase el momento y todo vuelva a ser calmo y conocido.
Pasa el tiempo, y uno aprende a plantarle cara al temor... Sin embargo, ¡es una cara de mono sabio! Uno piensa, que sea lo que sea... y se manda. No ve, no oye, no dice... Solo nos enfocamos en el objetivo y arremetemos. Así aprendemos a andar en bicicleta, así nos tiramos a rendir un exámen, así nos acercamos a esa boca sensual, que nos convenció de hacer el salto...
Y no es que uno no sienta miedo... a veces se siente un terror cercano al pánico. Pero somos rosarinos, y nuestro ego de ducado en el exilio de las candilejas del mapamundi, no nos permite salir del protocolo de la sofisticación, y demostrar que en realidad nos meamos por gritar de miedo.
"El miedo no es zonzo" reza la sabiduría popular... Tonto no es seguro, siempre encuentra la manera de colarse en nuestra esforzada seguridad cotidiana. Con máscaras ingeniosas, teñidas de pasado, de presente, de futuro, de realidad y de ficción... El miedo ha de tener muchas caras.
Además de astuto, es ágil, y te acomete a veces como una ola furiosa y helada, que te cala hasta las profundidades del alma, te empapa en un segundo, te corta el aliento, te deja sordo, ciego, mudo... Otras veces, se desliza como el agua que crece en un arroyo... lento, pero constante e inclemente... Y uno siente como va llegando hasta cubrirnos y dejarnos paralizados.
Es imposible vivir sin temor, todos los días, libramos una batalla para reivindicar nuestro coraje, a veces victoriosos, otras veces huímos a cuarteles. Pero la lucha nos espera día a día, y con tres testigos que nos persiguen, que nos observan, que nos delatan cuando reculamos a un enfrentamiento...
Un mono que se tapa los ojos, observa los relámpagos que cortan de luz la noche, desde la torre de la terminal de ómnibus Mariano Moreno. Por la puerta principal, sale una mujer que se enfrenta a la tormenta, a la búsqueda de un taxi. Gina, volvió a la ciudad después de estar viviendo por varios años en New York. En la gran ciudad, dejó un gran amor, pero volvió para reencontrarse con la mitad de su alma, su pequeño hijo. Es una mujer hermosa, de ojos verdes y felinos, de un color verde jade, cintura estrecha, y cuerpo atlético, fruto de años de vida sana e intensivo pilates.
A pesar de la seguridad de su caminar, y de haber camuflado la sensación de volver a un mundo mustio, sabe que tendrá que enfrentar sola un divorcio complicado, y con nada más que lo que porta en la valija... Toma una bocanada de aire, y cerrando la puerta del auto, le indica al taxista donde ir. La única posta que tiene en la ciudad es la casa de su madre. La cortina de agua, impedía ver nada más que luces difusas de los carteles de la calle. "NO VEO".
Moro está en su habitación, absorto en la conversación del msn. Desde hace días que espera con contenidas ansias el momento de sentarse a hablar con Pablo, un artista de Mar del Plata. Un tipo copado, que es punto a punto, todo lo que Moro busca en un Hombre. Pablo parece sinceramente interesado, y le propone un encuentro. Desde la seguridad de su escritorio, Moro se sonríe y accede a viajar. A los minutos, Pablo suelta, como sin pensar en el efecto, que está dispuesto a tratar una relación con él, pero que no va a intentarlo a la distancia. Moro contempla el monitor, mientras las ventanas de mensajes de sus amigos titilan... Puede escuchar las advertencias acerca de la locura que significaría dejar todo e ir a probar encontrar el amor en otra ciudad. pero decidió no pensarlo. "NO ESCUCHO".
Yo creo no tener grandes problemas con mi sexualidad, la disfruto como tal, no la oculto, pero debido a los avatares sobre todo laborales, la mantengo en cierta reserva. Sin embargo, suelo ir con mis amigos a bailar a sitios gay, como Gtk y el Refugio. Una de esas noches, la segunda o tercera vez que salí a bailar con mis amigos, me encontré con un profesor de la facultad. No hubiese sido relevante, ni me hubiese llamado la atención, si no fuese porque nuestra relación era un tanto ríspida durante el cursado. Ambos nos reconocimos, nos miramos de soslayo, pero ninguno emitió sonido. A la semana siguiente, volví a tener clases con él, pero ni una palabra al respecto del encuentro fortuito. "NO HABLO".
Gina se adaptó a una velocidad vertigionsa, pronto las reuniones del grupo tuvieron un miembro más. A pesar de que tenía el alma dividida, nunca dejó de sonreir ni una vez, con el carisma que le es propio.
El new yorker rondó como un fantasma cada vez que sintió que la atenazaba la soledad, sin embargo se las arregló para apostar de nuevo a la búsqueda.
Una noche de vinos en el departamento de Uma, surgió el tema del Facebook y su utilidad para rescatar gente de nuestro pasado. Como un juego, se preguntó qué sería de Serge. Un novio de su adolescencia a quien adoraba, pero quien fuera expulsado por su madre, por no cumplir con los requisitos de la familia. Como en un pacto, todos nos pusimos en marcha para tratar de rastrearlo sin otra cosa más que un nombre, y más de veinticinco años después. La búsqueda fue en vano, pero Gina se atrevió a dar las primeras brazadas para salir de su océano personal de miedo.
Al poco tiempo, aprovechando su manejo fluído de inglés, comenzó a trabajar en una empresa de telecomunicaciones. Una tarde, sin nada que esperar mas que llamadas de entrenamiento, sonó su celular... Al abrir el mensaje, había un simple: "hola, como estas? Soy Serge". El cuarto se vació de aire, dejando solo lugar para la surpresa y las dudas. los monos sabios, ocultos en un rincón poco iluminado de la oficina, esperaban su reacción...
Moro comenzó a pergeñar su viaje a la costa, a la búsqueda de Pablo, sin oir los consejos y advertencias de quienes lo rodeaban. La partida se volvía inminente, y el entusiasmo y la ansiedad con la que esperaba sus encuentros por chat, eran igualadas únicamente por el temor que le generaba la perspectiva de un desarraigo camino a la incertidumbre... los días corrieron como agua, empapándolo de preguntas, y se acercaba el momento de ir a comprar el pasaje a la terminal de ómnibus Mariano Moreno. Aunque no cargaba en el morral más que los elementos de costumbre, sentía en el alma un peso desconocido. Quizás era la carga de los temores y dudas inéditos... o quizás fueran los tres polizones que viajaban con él, expectantes por ver su respuesta.
Yo me encontraba en una marejada de tareas por resolver, la combinación de trabajo y estudi puede ser extenuante, generando la sensación de nadar contracorriente. En una de las materias, la práctica profesional, debía reunirme semanalmente para una supervisión, junto a compañeros de equipo y de cursado. Al stress habitual de exponer lo trabajado, se sumaba el hecho de que mi supervisor no era mas ni menos que el profesor de la ríspida relación, con quien me había encontrado en Gtk. Generalmente, la comunicación era cordial. Pero un día, al terminar la ponencia, tomé mis cosas para irme a clases, y sin previo aviso, como una ola que rompe sin sonido, el profesor cómentó delante del grupo... "Así que no estuviste desgrabando entrevistas el sábado a la noche." - comenzó - "Te vi el sábado en el boliche. Le dije a las chicas que las voy a llevar a bailar. Podemos ir todos juntos..." Y así fue como me sumergido en un frío temor que se materializó, obligandome a inspirar profundo, y decidir cómo enfrentar la situación. O comenzaba a agitar los brazos buscando la superficie, o me dejaba arrastrar por el torrente gélido de uno de mis mayores temores hasta el momento. Podría jurar haber sentido la presencia de esos infames simios en el pasillo que me separaba del cuarto de supervisiones. Sus ojos agudos, sus oídos atentos... observando como contemplaba a temor a la cara sin que vistiera máscara alguna.
Hay momentos en la vida, en que las murmuraciones mentales que nos hayamos hecho, hacen agua. Se vuelven inconsistentes y se deslizan desde nuestros pensamientos hasta alcanzar la realidad. Si esta sustancia es miedo en esencia, solo podemos tomar dos caminos: nos enfrentamos a la lucha, o emprendemos la huida...
Gina concertó finalmente un encuentro con su Serge... la impaciencia del encuentro, le mordía los talones. Se vistió espléndida, y encaró la puerta del departamento para acercarse al auto que la había llamado con su bocina. ¿La reconocería? ¿Sentiría las mariposas que supo generarle en medio del estómago? No tuvo tiempo de seguir preguntándose. Al momento en que se abrió la puerta del auto, supo que no importaba. Esbozó una sonrisa sincera, y sintió cómo la ola de miedo que la había empapado, se retraía nuevamente al mar del cual había venido. Gina encontró su valor, y decidió VER. El primer mono sabio, sacó las palmas de sus ojos, tomó impulso sobre la rama desde la cual contemplaba la situación, y saltó en busca de otras ánimas a las cuales perseguir.
Moro estaba frente al teclado, embebido en la fluencia de una conversación muy seductora. Finalmente, Pablo le preguntó la fecha del encuentro. Cuando estaba tipeando la respuesta ensayada... el nivel del agua del temor, lo cubrió totalmente... Sin respirar, tipeo: "Al final no voy a ir". El estar sumergido en sí mismo, o en sus temores racionales, le impidieron oir las lamentaciones de la decisión. Al momento de adentrarse al océano de lo que puede ser, decidió observar desde la orilla, y ya no quiso ESCUCHAR. Se acercó a la ventana de la habitación y corrió las cortinas. Quizás percibió la mirada intensa de un primate en el alero, impávido, con los oídos tapados.
Yo estaba parado de cara a la salida de la facultad, de espaldas al grupo que intrigado, le preguntaba al profesor "¿en qué boliche lo viste? Inspiré profundamente, y dije: "No me incendies así..." La frase, quedó suspendida, pude percibir cómo se detenía el tiempo, expectante a la frase que continuaría como respuesta, que indefectiblemente fue "En Gotika, lo veo siempre."
Sentí los latidos de mi corazón, cómo el calor inundaba mi cuerpo. Exhalé, me sonreí, y seguí caminando. La frente en alto, mis voces internas alborotadas. Pero, con una calma inesperada, las acallé. Me dije sinceramente "No me arrepiento de nada. Que sea lo que sea". Me pude observar recorriendo el pasillo, hacia la luz de la tarde, contento de haber podido HABLAR. No a un interlocutor oyente, sino a mí mismo. Sabiendo que las cosas comenzarían a adquirir tintes nuevos. Me sacudí el miedo que me mojaba, como un perro se seca las gotas de una lluvia indeseada. El mono que me miraba de entre las molduras de la puerta del edificio, me observó alejarme camino al centro, quitándose las manos de la boca, mostrando una sonrisa de dientes irregulares.
Cuando la marea se retrae, y empapados y agotados, alcanzamos finalmente la orilla, sabemos que el esfuerzo termina valiendo la pena. Enfrentarnos al miedo nos hace más fuertes. Incluso cuando no podemos ver hacia donde vamos, o desoímos el consejo sensato que trata de mantenernos a flote o de hundirnos con su buena intención, o aún cuando el agua nos tapa la cara, y el temor se cola en la boca, con su sabor salobre, impidiéndonos hablar para pedir ayuda... Siempre, con el peso de lo inefable, sobrevivimos para encontrarnos en una nueva encrucijada. Huir o pelear. Sea como sea, en esencia al final, es siempre la misma letanía; una inspiración profunda, y que sea lo que sea...
ovnirosarino

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