viernes, 19 de febrero de 2010

Atardecer gris, mañana roja; saca el paraguas que te mojas.


Música sugerida: "Here comes the rain again" de Annie Lennox.


El verano llegó (hace rato)…y con el verano comenzó, como en casi todos estos últimos años, la reiteración de fenómenos climáticos inextricables, que nos hacen pensar, que Rosario se ha trasladado, sin nosotros advertirlo, a una zona geográfica cercana al Ecuador.


En un mismo maldito día pueden sucederse sin más (y ya sin una pizca de asombro en los rosarinos) un cúmulo de espesas nubes negras seguidas de una irreverente y copiosa lluvia, y para rematar, dos horas después de haber caído la última gota, termina apareciendo un espléndido e inclemente sol que parte la tierra.


Debido a esto, los rosarinos, a esta altura del año, ya nos hemos acostumbrado a salir a la calle, vistiendo remeras o camisas de mangas cortas, llevando un abrigo livianito por las dudas, un piloto, lentes de sol, y un paraguas. Un paraguas? Dios bendito!...apenas comenzado el verano me percaté de que no tenía uno.


Ningún problema, me dije, y me encaminé a la peatonal en búsqueda de un hermoso paraguas de esos que venden por la calle (más que hermoso, barato).


Entiendan que se trataba del inicio de la temporada tropical, por lo tanto, en cada una de las equinas había uno de esos vendedores que venden alternativamente, justo lo que se necesita en ese momento, por lo tanto en época de lluvias, venden paraguas.


Me acerqué a uno de ellos, y me encontré con que ofrecía dos tipos de paraguas, uno plegable (que se puede llevar en el bolso), y otro no plegable (que hay que llevar indefectiblemente en la mano toooodo el tiempo).


Como es de esperar, le encontré un inconveniente a cada modelo: los del tipo plegable suelen ser más frágiles (aunque dentro de todo, suelen durar una temporada completa), los no plegables, los termino dejando olvidados por ahí, y casi nunca los recupero.


Y aunque una voz dentro de mí decía “llevate el plegable”, mi espíritu aventurero me llevó a comprar el paraguas no plegable.


Estuve días y semanas acarreando el maldito trasto de acá para allá, con la secreta intención de abandonarlo en cualquier lado, pero siempre lo terminaba necesitando. A esta altura de las circunstancias, empecé a pensar en enmendar mi error y comprar de una buena vez el paraguas más indicado para mi forma de ser, o sea, el plegable, que lo metés en el bolso, y yaaaaaaaa.


Pero, fueron pasando los días, y como el trasto que llevaba encima, si bien me molestaba (me molestaba al subir y bajar de los colectivos, me molestaba cuando me sentaba a tomar un café y no había manera de tenerlo en pie ni de colgarlo en ningún lado, me molestaba, me molestaba, me molestaba), dentro de todo, también cumplía muy bien su simple misión de protegerme de la lluvia (mucha, mucha lluvia tropical en Rosario, recordemos).


Y así pasaron los días, y yo, embutida en otros temas, olvidé enmendar mi error y continué en la incomodidad del paraguas-bastón.


Hasta que un día sucedió lo que todos ustedes ya estarán imaginando. Si, si, un buen día, ya muy hinchada las pelotas, en forma in-voluntaria, abandoné al pequeño trasto vaya a saber dónde mierda, y ¡oh no!, me quedé sin paraguas.


Pasaron tres días, durante los cuales la falta de lluvia me mantuvo ajena el hecho de que debía, en forma urgente, comprar otro paraguas. Ya no era cuestión de gustos, sino de necesidad.


Por fin, al cuarto día sin paraguas, la lluvia me hizo descender de un colectivo, para dirigirme nuevamente a la peatonal en busca de vendedores del impermeable oro plegable.


Pero…pero…perooooo, resultó que caminé hacia un lado y hacia otro y me percaté de que ya no había vendedores de paraguas en cada esquina de la peatonal como antes!...(obvio, ya todo el mundo había comprado el suyo, previsoramente, al principio de la temporada).


Entonces después de caminar tres cuadras terminé encontrando al último eslabón perdido de los vendedores de paraguas, llevando colgado en su brazo, un hermoso ramillete de puntiagudos paraguas, NO PLEGABLES…agggghhhh.


Por supuesto es que no volví a comprar la misma clase de “porquería molesta” que había abandonado hacía apenas tres días atrás.


En ese momento, agotada, mojada de pies a cabeza, desesperanzada y desesperada, volví a casa.


Mientras caminaba (bajo la lluvia, obvio) pensé un poco acerca de lo sucedido:


1) Por un lado, se me presentaba este tema del clima tropical rosarino, que nos impulsa a comprar paraguas. Hay que comprar una paraguas…en fin.


2) Por otro lado, la poco feliz elección que hice de mi paraguas, totalmente inadecuado para mi forma de ser. ¿En qué estaba pensando?


3) Por último, la ilusoria idea que tenemos todos en general, de que contamos con tooooodo el tiempo del mundo para enmendar errores, y nos dejamos estar, hasta que nos chocamos con la cruda realidad que nos demuestra que no es así, acompañada casi siempre de la consecuente angustia, rabia y desesperación que nos agarra, cuando advertimos la escasez de oportunidades disponibles como las que había otrora…(recuerden…tres cuadras caminé para encontrar “lo que yo ya no quería”, mientras que antes, de “eso que yo sí quería”, había en cada una de las esquinas).


Conclusión: yo sigo sin paraguas, y a las oportunidades, las pintan calvas. 

De la pluma de Uma.