miércoles, 27 de enero de 2010

Tormentas de verano...

Música sugerida: "So nice" de Basia y Taro Hakase.


El verano se muestra inclemente, altas temperaturas durante el día, noches de agobio y eterno pensar. Sin embargo, la modorra veraniega no encuentra asilo en la cultura rosarina. La ciudad no resigna su movimiento cosmopolita, y el desfile de personas buscando refugio de los generosos rayos del astro, es incesante.El río marrón, de pronto, se convierte en un flujo prístino de agua refrescante. Uno se olvida de la polución y del vértigo que nos genera el no ver el fondo que caminamos.
Preparando el morral para ir a la isla, apenas a minutos de la estación fluvial,miro el pulular urbano a través del balcón, y pienso en la reacción de los animales antes de una gran tormenta.
Por ejemplo, las hormigas... generalmente organizadas, parecen perder su esencia de estructura pitagórica, y se mueven erráticas y numerosas. Como buscando algo que no conocen. A veces, el cielo se rompe en un bombardeo líquido, sorpresivo, mas no inesperado. Que recuerda a sus víctimas que el tiempo no se disipa con el calor, que a pesar de la promesa de la búsqueda en un espacio inconmensurable, existe una finitud dictada por el paso de las horas... tal cual una tarde de verano, o una estación. Algunas, las más afortunadas, quizás encuentran a otra hormiga, y se encuentran y se comunican fugazmente. Otras, han de encontrar un refugio desde el cual observar la debacle meteorológica, y muchas, perecerán en medio de su gesta. Quizás sin haber descubierto siquiera el motivo de su expedición fuera del nido seguro.
Los rosarinos no escapamos a esta atmósfera de hipnótico agobio. Día y noche, nos arrojamos al universo de cemento, o escapando ilusoriamente de él, en una corrida frenética, huyendo y buscando un no sé qué que qué se yo... la isla Vladimir, la Florida, los bares de la ribera como en un rosario que pide un descanso del calor... Davies, Flora, Quillagua, la Fluvial... La gente corre de aquí para allá, y quizás en el ruedo algunos se encuentran. Y se produce la química de un intenso cruce. En el cual la presencia de Cronos apresura las promesas y las fantasías... Hasta que estalla la tormenta, y con el correr del agua, se diluye el amor estival. Otros, padecen la incertidumbre acuciante de la búsqueda, y la necesidad que parece flotar en el aire de encontrar, de encontrar eso que aún no se conoce, más que como promesa de verano, de amor. Que se sabe fugaz, y a veces trágico, pero al que se apuesta... Sin embargo... Rosario, a pesar de su organización de damero, sigue siendo una jungla a veces inabarcable... Y estos aventureros, fenecen con la tempestad y sus ilusiones. Te quieros apresurados, viajes precipitados a provincias vecinas, encuentros nocturnos al lado del río. Todos estos momentos quedan como ecos tronantes de la atmósfera veraniega, donde el para siempre, es ingénuamente reemplazado por el ahora, y la informalidad se camufla de compromiso. ¿Quién no atesora un febril y fugaz romance de enero?

Otros animales curiosos que habitan la urbe, y reaccionan de manera particular en la calma frente a la tormenta, son las libélulas o alguaciales. Antes de una tormenta, poblan el aire con sus figuras hetéreas, con la gracia de lo que fluye sin esfuerzo. No obstante su grácil apariencia, podemos observar que son presas de un frenesí, quizás impulsado por el calor, quizás regido por un orden estival, que hace que se busquen, que dancen en armonía, sin colisionar, para finalmente, fundirse en un abrazo fecundo, voraz y sexual.
Así, de repente, el aire se llena de un indisimulado festival orgiástico, en el cual los participantes parecen tener la prisa que viene de la conciencia de saber que se acaba la bonanza, se termina la calma, y se disparará la furia del temporal. Y parece no haber tragedia, a pesar del final predeterminado. No hay dolor profundo cuando se vive la entrega al presente que se sabe efímero.
No hay diferencia con los seres humanos devenidos rosarinos... Parecen incrementarse nuestras sensaciones, impulsadas quizás por las temperaturas diurnas y nocturnas, transporta nuestras feromonas en el ambiente, y las miradas de soslayo se vuelven indiscretas y muy directas... Volamos, fluimos, boliche, río, peatonal, parque, etc., etc., etc. Buscamos un partenaire para nuestra danza, y si lo encontramos, la intensidad del encuentro puede medirse en ¡kilotones! Un deleite dionisíaco, que no escapa a la caducidad de un festival. Finalmente, la falsa calma, dará paso a la tormenta perfecta, la tormenta de verano que estalla en el cielo y en el suelo. Nos barre de aquí para allá, nos azota, nos invade los sentidos y alborota nuestra memoria...
Nos encontramos a todas horas, no podemos aplazar, los besos se vuelven más sabrosos, las miradas más complices, los silencios nos impelen a abalanzarnos sobre el otro...
Finalmente, pasa el agua, se calma el aire, termina el verano, y la calma forzada de la monótona rutina, nos adormece a la espera de la próxima vigilia estival. Hay quienes se resisten a este movimiento natural, y quieren perdurar en algo que es irreal. El amor de verano, es como el brotar de una flor, esplendoroso, pero no está destinado a durar. Quienes así se empeñan, luego, han de sufrir el desarraigo de sostener algo fuera de época, casi antinatural.
Pero la mayoría, se adormece, y sueña los recuerdos de sol, de vuelo, de río, de parque... Y Rosario, como madre comprensiva, los acuna inperturbable hasta el verano siguiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario